
Una mañana fría invernal, el 23 de diciembre de 1930, ciertas calles de la colonia Roma, esto en la capital de la República Mexicana, se vieron engalanadas por un nutrido grupo de niños que se dirigían al Estadio Nacional para celebrar una peculiar, pero corta de vida, tradición: recibirían regalos de manos de un mítico personaje.
Ahora, todos pensaríamos que se trata del gordito de las barbas que viste de rojo, a bordo de su trineo jalado por renos voladores, pero estaríamos en un error. En un giro del destino y como si se tratara de un episodio de “La dimensión desconocida” o “Black Mirror” (para las generaciones más jóvenes), quien había llegado a entregar los obsequios no era otro que la Serpiente Emplumada de los aztecas, Quetzalcóatl.
Para 1930 y el nacionalismo estaba muy presente en la nación tricolor, hacía pocos años que había terminado la Revolución y era esa la razón por la que alabar a un personaje extranjero como Santa Claus en Navidad parecía una locura. Por ello, mediante una instrucción presidencial se invitó en esa fecha a los mexicanos a usar a Quetzalcóatl como ícono de la Navidad.
El dios mexica fue representado por un hombre también barbado, rodeado de centelleantes árboles y apoyado por un numeroso séquito ataviado a la usanza de los antiguos ritos aztecas. Este personaje, que de haberlo visto no podríamos creerlo, daría palmadas en la espalda de los niños y abrazaría a otros que subieran a una pirámide para recibir de sus manos el presente.
El tema es que la idea quizá no sonaba a locura (en ese entonces) si pensamos que los aztecas, aunque no celebraban Navidad, al igual que la mayoría de las culturas prehispánicas, festejaban el solsticio de invierno, ya que este marcaba el nacimiento de un nuevo ciclo.
A diferencia de nuestra cultura occidental, los aztecas, durante el denominado Panquetzaliztli, conmemoraban el triunfo del dios Huitzilopochtli ante la diosa de la luna Coyolxauhqui, desencadenando en el futuro muy lejano de sus descendientes la idea de que sería “idóneo” convertir a la Serpiente Emplumada en un Santa a lo mexica.
Así fue como Quetzalcóatl dejó atrás su armadura invencible y su figura de guerrero azteca para convertirse en un personaje amistoso que reparte juguetes a los pequeños, a la vez que nutre el espíritu patriota de los pequeños…
El encargado de ese mandato fue el presidente Pascual Ortiz Rubio quien a través de la Secretaría de Educación Pública (SEP), giró instrucciones para que en las escuelas del país se difundiera esta nueva imagen y anunció un magno evento para el 23 de diciembre en el Estadio Nacional en el cual Quetzalcóatl, en persona, repartiría juguetes a los niños que se hubieran portado bien.
Lo más gracioso es que las burlas no se hicieron esperar desatando la ira de la élite religiosa, a la que se le cayeron los anillos ante la idea de idolatrar a un dios prehispánico en vez de la figura del niño Jesús (y eso que no había ni X, ni Facebook).
El oficialismo de la época (no muy lejana ni tan increíble de pensarse ahora), permitió que el experimento de las autoridades de 1930 se llevará a término, al grado de que se ordenó que espacios públicos fueran adornados con la imagen del dios mexica, tal como se hace ahora con las campanitas y las esferas en calles y parques de la ciudad.
¿Y la publicidad? ¡A la orden! Ni tardos, ni perezosos, las mentes de los más grandes publicistas se pusieron a trabajar para cambiar todo lo que tuviera que ver con el “fortachón cara rosada” del Polo Norte fuera cambiado al ídolo emplumado de los niños. Incluso pusieron en circulación slogans que señalaban que los obsequios navideños podían ser entregados por Papá Noel y Quetzalcóatl (Los Reyes Magos no, esos tenían que esperar su fecha en enero).
Como se podría imaginar, las autoridades admitieron el “faux pas” y decidieron desechar la original idea el año siguiente. Casualmente, fue cuando la refresquera de color rojo decidió emplear la imagen del Santa que ahora conocemos como parte de su imagen.
En contraste y para mantener el nacionalismo en de los murales de los artistas de la época, la Navidad se convirtió en posadas y piñatas, pero nunca más se intentó presentar a un personaje que se encargara de traer regalos a los niños.