
Nayib Bukele, presidente del Salvador, ha dado un paso preocupante hacia el autoritarismo y la perpetuidad en el poder. El pasado jueves 31 de julio, el congreso aprobó de forma exprés no sólo la reforma constitucional que permite la reelección presidencial indefinida, sino la extensión de los periodos presidenciales de cinco a seis años. Por si fuera poco, también se aprobó la desaparición de la segunda vuelta para las elecciones presidenciales, con 57 votos a favor de los diputados oficialistas y 3 en contra de la oposición.
Tristemente, esta no es la primera vez que vemos el derrumbe de una democracia de la mano de un líder carismático y muy popular. Una figura que, a pesar de creerse revolucionaria, debilita al país empleando los propios instrumentos del Estado, como es el caso de Chávez en Venezuela o de Ortega en Nicaragua.
Bukele, por su parte, es un líder altamente popular, pues posee un nivel de aprobación equivalente al 85%, según datos de El País. Esto se debe a que ha bajado considerablemente los índices de violencia en El Salvador. Por poner las cosas en perspectiva, los homicidios por cada 100,000 habitantes se encontraban en 38.2 cuando tomó la presidencia en 2019; y para 2023 ya habían bajado a 2.4, de acuerdo con datos del Banco Mundial. Dichas cifras responden a la gran estrategia que implementó para acabar con las “Maras” y los grupos criminales que tenían al país sumido en caos.
No obstante, la manera en que Bukele acabó con las Maras y los grupos criminales no es del todo bien vista por muchas organizaciones de Derechos Humanos e incluso la oposición, pues las condiciones de las cárceles y la manera de efectuar los arrestos no son las mejores o las más dignas. Sin embargo, al presidente salvadoreño siempre le han dado igual las críticas, optando por desestimarlas o simplemente no escucharlas.
Si bien su mandato acabaría el 1 de julio del 2024, tras una ardua negociación y muchas críticas, tanto internas como externas, logró cambiar la constitución para que no tuviera que esperar 10 años sin poder reelegirse, ganando con un 84.65% de los votos para su segundo mandato que, con la nueva reforma, no será el último.
Sumado a esta polémica, Bukele también ha dado señales de perseguir políticamente a sus adversarios, orillando a muchas organizaciones nacionales a escapar del país. Ejemplo de ello es Cristosal, una organización por la defensa de los Derechos Humanos que tuvo que abandonar el Estado por miedo a ser perseguidos. Así, El Salvador lleva en estado de alarma desde 2022, lo cual ha permitido encarcelar sin debido proceso a 86,000 personas.
El Salvador se encuentra en un punto sin retorno. La reelección indefinida del presidente puede ser la puerta a una dictadura. Bukele ha debilitado las instituciones desde adentro del Estado, ha jugado bajo las reglas que pusieron sus antecesores y sus buenos resultados le han dado el poder para hacer y deshacer la constitución a su antojo, tal como pasó con Chávez y Ortega. El debilitamiento de las instituciones siempre es preocupante, y hablar de reelecciones más. Esperemos que El Salvador no se sume a la lista de dictaduras en América Latina. Pero más allá de ello, ¿a qué otro país les recuerda lo que está pasando en El Salvador?