Comedor Zarigüeyas, más que un comedor comunitario

El Comedor Zarigüeyas, ubicado en la colonia la Guadalupana de Mérida, una de las más marginadas del municipio, brinda alimento a las personas que lo necesitan, niños y niñas, adultos, pero también otorga un espacio para que las infancias puedan estudiar, hacer sus tareas, una labor que no es fácil pues hay que luchar para recaudar recursos que permitan seguir trabajando a favor de la comunidad, expuso la directora de este espacio, Marina Buenrostro.
Recordó que el proyecto del comedor nació en la pandemia por Covid-19, cuando el sitio ya funcionaba como una asociación civil dedicada a la educación y rescate de la lengua maya, también alimentación, pero a partir de la emergencia sanitaria se le dio más auge.
“Porque llegaban las señoras artesanas que traían a sus hijos, maya hablantes, que ya no tenía qué comer, porque sus esposos eran albañiles, plomeros, y con la pandemia se quedaron sin trabajo, además de que la situación es difícil al estar más allá del periférico”, expuso.
Narró que, entonces, empezaron a cocinar con su propio dinero y empezó a buscar aliados, hasta que encontraron algo de ayuda y es que Bepensa les compra el pet que recojen en la colonia.
“Así también nos volvimos un poco ambientalistas, porque vendemos el pet cada mes y la colonia ya está limpia y obtenemos unos 5 o 6 mil pesos”, señaló.
Con ese dinero, dijo, llena lo que se puede de la alacena, lo básico, como frijol, arroz y aceite y son los mismos niños de los alrededores, 60 niños al día a los que se les da dos tiempos de comida, ya que en la comunidad hay solo una escuela que trabaja a marchas forzadas y en dos turnos.
“Por ello es que sí, necesitamos mucha ayuda, porque cocinamos con 500 pesos diarios y a veces los recuperamos, pero a veces no. Tenemos una cuota de recuperación de 10 pesos y lo que sacamos lo reinvertimos para el otro día”.
“Las señoras cada viernes van al mercado y se surten de fruta y verdura, nos repartimos en las casas para que esa verdura nos dure toda la semana. Trabajamos en equipos, pero sí necesitamos toda clase de donativos, en especie, verduras, pan”, expuso.
Expuso que la situación es apremiante, porque incluso les hace falta jabón para trastes, ollas, y cuando falta algo es un impacto, como la cebolla, que una pieza cuesta alrededor de 7 u 8 pesos.
“Aquí preparamos lo que tenemos, se come frijol, huevo o alguna otra cosa, difícilmente podemos respetar el plato del buen comer, porque hay niños que no conocen una manzana, no la comen, ni una uva”, mencionó.
Además de los menores de edad, comen ahí las mamás y tres personas con discapacidad, además son las propias señoras las que colaboran, hacen equipo, se turnan para cocinar.
“Desde el 2014 estamos conformados legalmente y las mismas señoras artesanas, las maya hablantes, son las que vienen al proyecto, son las mismas que cocinan, son equipos. Somo 35 zarigüeyas grandes”, señaló.
Pero además del alimento, en el lugar se le da acompañamiento a las y los niños, que si requieren apoyo se les presta una computadora y se les ayuda a hacer sus tareas.
“Tengo un proyecto Casas Digitales, con un espacio donde tengo un equipo de cómputo y llegan los chicos a hacer sus tareas, en su mayoría los grandes de prepa en la tarde y en la mañana si tiene alguna tarea acuden y se les apoya”, expuso.
Señaló que en la escuela primaria de la localidad solo hay una computadora que usa la directora, por lo que las y los estudiantes no tienen donde hacer sus tareas. Dijo que se trata de una escuela primaria y preescolar indígena que resulta insuficiente, porque atiende a una población de casis cinco mil niños.