Opinión

Llorar entre páginas

CONSTELACIONES LECTORAS - Rosely E. Quijano León

Recuerdo con opacidad que en mi niñez las primeras historias que me hicieron llorar las vi en la televisión y no en los libros. Fue con “Katy la oruga”, que se convierte en una hermosa mariposa, o con “Candy, Candy” u otras de esas caricaturas de los ochentas que estrujaron nuestro corazón infantil más de una vez.

Pero rastreando en lo más recóndito de mi memoria tal vez sea “El patito feo” de Hans Christian Andersen, el primer cuento que me hizo llorar cuando mi hermana me lo leía una y otra vez en un libro de “Cuentos infantiles ilustrados” que teníamos como única joya literaria en el hogar en esa época. Es una historia inspiracional, pero también tristísima, con la que me identificaba mucho y lloraba conmovida viendo su metamorfosis en un hermoso cisne.

¿Qué es lo que contiene una historia que nos conmueve tanto que nos provoca el llanto? Ya sea en películas, series o libros, seguramente todos tenemos una larga lista de ocasiones en que hemos llorado sin consuelo o al menos derramado unas lágrimas incontrolables; y qué tal cuando esto ha sucedido leyendo un libro y hasta hemos dejado algunas marcas de agua en sus páginas.

Llorar entre páginas es un acto de intimidad entre el libro y el lector provocado por una muy buena narrativa que logra trastocar las fibras más sensibles de nuestra vulnerabilidad. Con palabras y/o con imágenes, la construcción de la narrativa es fundamental para apelar a los sentimientos y las lágrimas del espectador/lector, ya sea desde una pantalla o un libro.

Porque a veces no se necesitan palabras para lograrlo. ¿Recuerdan la película de “Flow”? su efecto lacrimógeno es el mismo de los libro álbum que cuentan una historia sólo con imágenes o con muy poco texto. Pienso ahora en esos libro álbum que me han apachurrado el corazón, como “El pato y la muerte” de Wolf Erlbruch, “Lo que no sabe Pupeta” de Javier Mardel, un libro sobre la pérdida de nuestras queridas mascotas, “Mambrú perdió la guerra” de Irene Vasco, o “Migrantes” de Issa Watanabe, con todos es imposible no llorar.

Algunos libros como los anteriores deberían traer la advertencia, como los productos que consumismo ahora con sus etiquetas de “exceso de azúcar”, algo que nos previniera de que ese libro es muy probable que nos ocasione el llanto. ¿Acaso no era lo que pretendía Jane Austen cuando escribía sus libros? Las mujeres del siglo XIX derramaron muchas lágrimas con las novelas sentimentales que nos adjudicaron a todas, junto con el llanto, como un rasgo característico y exclusivo de nosotras.

Pero hoy ya no es así. Llorar no es sinónimo de debilidad, sino de humanidad. Quien se conmueve es porque siente empatía o porque eso que ve o lee toca sus propias heridas invisibles que finalmente son lo que nos hace humanos y sensibles.

Recorrí mi librero buscando los libros que recuerdo me han conmovido tanto que he llorado entre sus páginas, y tan sólo han sido unos cuantos, al menos que recuerdo. De Svetlana Alexiévich “La guerra no tiene rostro de mujer” y “Voces de Chernóbil”; en ambos teje los testimonios de las y los sobrevivientes de ambas catástrofes, con una prosa cruda, pero sin perder la esperanza y la ternura, como en este fragmento: “Es imposible tener un corazón para el odio y otro para el amor. El ser humano tiene un solo corazón, y yo siempre pensaba cómo salvar el mío”.

Dice Javier Cercas del libro de Héctor Abad Faciolince, “El olvido que seremos”, que cómo ha tenido la valentía de escribirlo, y yo agregaría que cómo tuve la valentía para leerlo. Es la trágica historia del asesinato de su padre, un médico altruista y ejemplar, donde la violencia vence, pero el amor paternal lo salva todo. Frase común: lloré amargamente.

También me han conmovido hasta las lágrimas: “El cielo es azul, la tierra blanca. Una historia de amor” de Hiromi Kawakami; “Lo que no tiene nombre” de Piedad Bonett; “Últimos días de mis padres” de Mónica Lavín; “La bailarina de Auschwitz” de Edith Eger y tan sólo un capítulo que muchas veces releo de la biografía de “Tania. La guerrillera” de Ulises Estrada, y tal vez muy pocos sepan quién fue Haydée Tamara Bunke Bíder, pero tan solo en un capítulo se narra una historia de amor real, pero entrañable en el contexto de la Revolución Cubana que conmueve. Como los libros de Alexiévich hasta en los episodios más crudos, violentos y crueles de la humanidad, como lo son las guerras, el amor salva.

Cuando la literatura abre la válvula secreta de nuestras emociones logramos sentir en piel propia lo que les sucede a los otros, a los personajes reales o ficticios de las páginas que pasamos, algunas veces con felicidad y otras, entre lágrimas.

Artículos Relacionados

Back to top button