Opinión

Primero el para qué, luego el cómo

Eduardo Chaillo Ortiz

Durante décadas, la industria de reuniones ha perfeccionado el cómo. Sabemos cómo convocar, cómo mover, cómo montar experiencias. La operación ha sido nuestra zona de confort. Sin embargo, llega un momento en que esa habilidad táctica —valiosa, pero limitada— ya no es suficiente. El contexto exige una evolución más profunda: empezar por el para qué.

“Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo.”

Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido

Los eventos no pueden seguir siendo construcciones técnicas. Si no tienen propósito, tienen fecha de caducidad emocional. Si no responden a una necesidad colectiva, a una causa, a una narrativa compartida entre destino, comunidad y cliente, entonces son solo itinerarios bien ejecutados. Lo que el mercado necesita ahora son plataformas de significado, no solo producciones eficientes.

Este no es un llamado a volver los eventos más emotivos, ni a sacrificar el contenido por la causa. Es un ajuste de enfoque. Cambiar la pregunta guía del organizador. Ya no: “¿cómo hago que funcione?”. Ahora: “¿para qué existe este encuentro y qué debe generar?”.

Un evento con propósito redefine su cadena de valor. Convoca actores que antes no estaban en la sala. Integra a la comunidad receptora desde la agenda, no solo desde la bienvenida. Activas conexiones entre lo que pasa en el escenario y lo que necesita el territorio. No se mide solo por asistencia o impacto económico, sino por huellas institucionales, nuevas alianzas, reputación proyectada y procesos activados.

Los destinos, por su parte, deben asumir una postura más estratégica. No todo congreso que llena hoteles justifica su existencia. Vale más un evento que refuerza los sectores clave del país, que vincula clústeres productivos con redes globales, que deja conocimiento instalado, que articula programas sociales, que activa vocaciones. La prioridad no es el volumen, sino la coherencia.

Este enfoque no se basa en filantropía. Se basa en inteligencia. Un evento con propósito bien diseñado produce un retorno más amplio y duradero. Mejora la percepción del destino. Atrae otro tipo de cliente. Fomenta la repetición. Crea comunidad.

El cambio de lógica también aplica a asociaciones y corporaciones. Reunirse debe responder a una misión, no a una rutina. Las organizaciones deben preguntarse si sus eventos están cumpliendo su promesa de valor. Sí, están movilizando talento. Sí, están conectando con las causas de su entorno. Sí, están creando espacios de innovación auténtica o solo reproduciendo formatos.

Rediseñar desde el propósito implica ajustar los contenidos, los formatos, los aliados, la medición y hasta los indicadores de éxito. No todos están listos para ese salto. A veces se confunde la sofisticación técnica con la profundidad estratégica. A veces se cree que tener pantallas más grandes es innovar, cuando lo que se necesita es una agenda más honesta.

El propósito no se anuncia en la web del evento. Se refleja en cada decisión: en a quién se invita a hablar, en qué se quiere provocar, en cómo se involucra, a quienes no suelen tener voz, en qué legado queda cuando todos se han ido.

El evento deja de ser un fin. Se convierte en un medio. Un medio para proyectar valores, para catalizar conversaciones urgentes, para reposicionar sectores, para fortalecer vínculos, para generar nuevos liderazgos. En tiempos de complejidad, polarización y ruido, ofrecer un espacio con intención es ofrecer un servicio esencial.

Reunirse sigue siendo necesario. Hacerlo con sentido, aún más.

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