
Cuando los padres fundadores firmaron la Declaración de Independencia de Estados Unidos, difícilmente imaginaron que, siglos después, habría un ¿Presidente? Que se comportaría como un monarca.
Hoy, ese presidente actúa como si la Constitución y las instituciones -como el Senado o su propio gabinete- fueran simples sugerencias. Se trata del “Rey Trump”, un líder que desafía los valores sobre los que se fundó su país.
Este supuesto rey parece creer que vivimos en los años 40, en una época marcada por la xenofobia y el racismo. En “su América”, se persigue a quien piensa diferente, se debilitan instituciones como el Departamento de Educación solo porque sus enseñanzas no le agradan, y se desmantelan instituciones y agencias de cooperación como Usaid, que ayudaban a países en desarrollo.
Bajo su mando, se despide a servidores públicos incluso por su orientación sexual y se rechaza y castiga la diferencia en lugar de protegerla.
Ese rey también encabeza la cacería contra migrantes solo por el hecho de serlo, ignorando su aporte a la economía del país y su trabajo constante. Para él, son simplemente “bad hombres”, incluso cuando ya son ciudadanos estadounidenses o no han infringido ninguna ley. Muchos terminan detenidos en cárceles que no cumplen con los estándares mínimos de derechos humanos.
Ese rey decide entrar en conflictos bélicos sin la autorización previa del Senado, como cuando bombardeó Irán bajo el pretexto de armas nucleares. Una acción que desató semanas de tensión política y militar en la región, todo en nombre del apoyo a sus amigos en Israel.
Ese rey también impone aranceles y tarifas sin criterio claro, afectando incluso a socios estratégicos como la Unión Europea, Canadá o México. Ataca a gobiernos aliados para obligarlos a aumentar su aportación a la OTAN y se retira de organismos internacionales clave como la OMS o la Comisión de Derechos Humanos.
Ese rey es uno al que se le rinde pleitesía. En un arranque de furia, incluso le dijo al presidente ucraniano Volodímir Zelenski: “No le hables nunca así al presidente de Estados Unidos. Yo soy el presidente de Estados Unidos”. A él hay que complacerlo para no perder apoyos o enfrentar sanciones económicas.
Ese rey prefiere gobernar por decreto, evadiendo el proceso democrático que implica enviar propuestas al Congreso y someterlas a debate. En lugar de fortalecer las instituciones, las socava. Y, por su parte, el Senado únicamente aplaude al rey, mientras la democracia se debilita.
Contra eso lucharon los padres fundadores: contra el autoritarismo, siendo pioneros por una república representativa. Apostaron por una soberanía de los estados, por una democracia sólida. Si hoy les preguntáramos: ¿Ya no hay reyes?, probablemente responderían con preocupación. Porque sí, parece que uno ha vuelto.







